Ni para que hablar de mis años juveniles donde gracias a mi figura fui el hazmerreír de los niños del colegio. Pero digamos que todas esas etapas, fueron tan sólo un entrenamiento para mi futura profesión, porque jamás me dieron un centavo por hacerlos reír. Sólo fue en 1.966 cuando conformé un grupo musical con mi hermano, que comencé a cobrar por presentaciones. Nosotros creíamos que éramos un dueto serio, pero por lo visto el público no lo veía así, porque no paraba de reír desde que salíamos al escenario hasta que terminamos el show. En 1.969 el antecesor de Mandíbula, Fernando González Pacheco salió al aire con un programa de humor para aficionados ante lo cual yo me dije: » Ahhhh si lo que quieren es reírse de mi, pues lo van a lograr» Y me inscribí a concursar demostrándome que ese sería mi camino por el resto de mi vida.
Dos años más tarde, el programa cambió su nombre por el de «Sábados Felices» y le fue entregado a Alfonso Lizarazo para que lo condujera. Así pues, ese pequeño gran hombre, reunió a un grupo de cómicos y con Hugo Patiño, el «Mocho» Sánchez, Óscar Meléndez y este servidor, inició lo que habría de ser el programa de humor más exitoso de América Latina en los últimos 35 años. De mis colegas iniciales poco los veo ya, pero se que Óscar Meléndez se dedicó a otro tipo de actividades más placenteras: tiene 11 hijos. El Mochito, el Señor se lo llevó hace apenas dos años»¦..pero al que le fue peor, fue a Hugo Patiño que terminó en la política.
Poder sintetizar en una hoja todo lo que ha significado para mi estos 35 años en Sábados Felices, es imposible. Si no me acuerdo a veces de la letra de los libretos, menos me voy a acordar de lo que pasó en tantos años. Lo que si puedo decir es que he sido el hombre más afortunado del mundo por haber tenido a mi lado compañeros admirables como Álvaro Lemmon, La «Gordita» Fabiola, Heriberto Sandoval, Patricia Silva, por mencionar sólo algunos de mis colegas pues si los menciono a todos sería interminable. Sin embargo, quisiera resaltar los dos aspectos que mas me han hecho feliz: primero el haber hecho reír durante todos estos años a los colombianos que tanto lo necesitan y el haber contribuido a la construcción de centenares de escuelitas a lo largo y ancho del país. Alguna vez, alguien admirado ante mi longevidad me preguntó que hacía para mantenerme y le respondí: «No, lo que pasa es que yo quedé mal enterrado». Y la verdad es que espero, ojalá no tan pronto, poderme reunir con el «Chatito» Latorre, Humberto Martínez y el «Mocho» Sánchez y hacer reír al mismísimo San Pedro.