En mi caso (a) haber sido la menor de la familia tuvo graves implicaciones histriónicas. Desde muy pequeña estuve en grupos de danzas, fui el «payasito» de la fiesta familiar, le recitaba poemas a mi mamá y me inventaba excusas para dar serenatas. Poco antes de terminar el colegio se me presentó la posibilidad de audicionar para un taller de teatro permanente, al cual pasé, pero graduarse con uno de los mejores promedios implicaba dedicarse a una carrera mucho «más sólida»; así que seguí el ejemplo de mis hermanos mayores y comencé a estudiar Ingeniería Industrial en la Universidad Tecnológica de Pereira (UTP), sin dejar de lado mis clases de teatro. Esta fue una época difícil: por un lado, no quería abandonar la carrera que ya había iniciado y que de alguna extraña manera adoraba (las matemáticas tienen para mí un adorable encanto), y por otro lado me sentía cada vez más comprometida con mi trabajo en el teatro.
Me propuse entonces estudiar seriamente ambas cosas y explorar en la práctica las diferencias entre un viaje de descubrimiento artístico-personal y un riguroso trayecto a través de las ciencias exactas (años después comprendí que estos dos caminos tienen más cosas en común de lo que parece). Finalmente llegó el momento de decidirme. Después de dos años y medio de dicotomía existencial, me ofrecieron la posibilidad de audicionar nuevamente, pero esta vez se trataba de algo más definitivo; ya no podría continuar estudiando mi carrera y tendría incluso que cambiar de ciudad.
La beca que ofrecía el Ministerio de Cultura era una oportunidad excepcional que no me podría dar el lujo de rechazar, así que en medio de no saber exactamente qué quería, ni las consecuencias que eso traería a mi vida, viajé a Bogotá y en menos de una semana ya estaba instalada en el centro de la capital viéndome hacer todo lo que hasta ese momento había hecho mi familia por mí. Cuatro años después, al terminar mis estudios en la Escuela del Teatro Libre, me mantuve vinculada como actriz al grupo profesional mientras permanecía como profesora asistente de algunas clases en la Escuela.
Los siguientes dos años fueron una combinación de experiencias pedagógicas y de gestión cultural; hice títeres y formé parte de «La procesión va por dentro», una obra que se ganó el premio a mejor montaje teatral durante el 2005.
Después de pasar por Ionesco, Aristófanes, Michael Ende, Peter Weiss y de interpretar a la Reina Margarita, a Desdémona y a Susana San Juan, entre otros personajes, esta obra se consolida como una de las experiencias más enriquecedoras de mis 12 años de carrera profesional. El montaje implicaba una cercanía con el público y un tratamiento actoral que me hizo crecer de manera incalculable. Luego de esto quise ampliar mis estudios y decidí volver a la academia.
A finales de 2005 comencé a estudiar Cine y TV en la Universidad Nacional, mientras continuaba como actriz y productora de «La Procesión va por dentro». Durante esta época actué en Rojo Red, un corto que ha dado la vuelta al mundo y que a la fecha lleva cuatro premios en festivales internacionales, y co-protagonicé Alborada Carmesí, un largometraje ligado a un proyecto social llamado Cinegira, el cual busca llevar cine de manera gratuita a varios municipios del país con menos de 100 mil habitantes. En este momento estoy haciendo la pre-producción de un cortometraje que será mi tesis de grado, soy profesora de actuación en la Universidad Pedagógica Nacional y acabo de estrenar mi más reciente producción: AdentroLacasAfuera, una obra que estará de temporada en la Casa del Teatro Nacional hasta el 29 de noviembre 2008. ¡Nos vemos en el teatro!